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lunes, 20 de noviembre de 2006

Kati

Kati es una joven húngara que acude a mi clase de francés. Debe tener unos 20 años y su trenza rubia llega más abajo de donde la espalda pierde su nombre. Casi todas las mañanas, la veo medio dormida en clase, con la cabeza apoyada sobre la mesa. El otro día le pregunté si vivía aquí con su familia. Me dijo que no. En realidad, Kati, que tiene a su madre y hermanos en Budapest y a su padre en Londres, está en Bruselas aprendiendo francés. Para poder vivir en esta ciudad se ha buscado un trabajo que le permite acudir a clase por las mañanas. Se trata de un trabajo de "voluntaria" en una especie de "hogar" donde viven seis discapacitados que son cuidados las 24 horas del día por cinco auxiliares, una de ellas mi compañera Kati. A cambio de un trabajo que no conoce horarios, Kati recibe la manutención y el alojamiento gratis de una organización no gubernamental así como 160 euros al mes. De ese dinero, tiene que justificar 70 euros, bien a través de bono-bus o de tarjetas de teléfono, por ejemplo. Justificantes que se exigen a húngaras o polacas, pero asombrosamente no a alemanas o a inglesas, según me cuenta. Increíble, ¿verdad? Viven en la misma casa discapacitados y auxiliares, con un día de descanso a la semana, un fin de semana al mes. Gracias a que estos hombres acuden a talleres ocupacionales, los jóvenes auxiliares tienen las mañanas libres para acudir a las clases. Kati dice que tiene mucho tiempo libre a lo largo del día aunque tenga que estar cuidándoles y que se dedica a leer. Me imagino su cabeza rubia vagabundeando por esos mundos imaginarios que nos ofrece la lectura mientras su cuerpo permanece sentado en los salones del hogar, cerca de los más necesitados.

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