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jueves, 9 de noviembre de 2006

La raison du plus faible

Hoy mi clase ha hecho una salida pedagógica y nos hemos ido bien temprano a un pequeño cine que se encuentra en la Galeria de la Reina, cerca de la Grand Place, a ver un film belga total de un director idem, Lucas Belvaux. Nuestra simpática profe ya nos advirtió que el cine belga es muy social, y tras ver "La raison du plus faible", sólo podemos darle la razón. La película es dura, dura, dura. La historia triste, triste, triste. Pero aún así está salpimentada con toques de humor. Un resumen. Localización: la Lieja postindustrial con grandes empresas que se fueron al garete. Primer personaje: un hombre trabaja en turno de noche en la cervecera Jupiter, un trabajo horrible en una nave gigantesca con unas máquinas atroces que llevan millones de botellas a través de cintas correderas y donde el ruido ensordecedor no nos deja escuchar ni la más mínima conversación. Es ex presidiario y todos los días debe acudir a comisaría para firmar, vive solo y vive solo. Segundo personaje: un joven padre encantador sin trabajo, que limpia la casa, hace la comida, lleva al hijo al colegio y cuida el jardín, mientras su agradable mujer va a trabajar todos los días a una especie de monumental lavandería donde el ruido tampoco deja oír ninguna conversación, un trabajo en cadena alienante. La esposa utiliza una motocicleta para acudir al trabajo, pero esta se estropea un día para siempre. El marido no acepta que su suegro le regale una moto, lo considera una humillación porque él no puede comprarla. Y sufre. Terceros personajes: dos hombres entrados ya en años, uno en silla de ruedas y el otro medio alcohólico, parados forzosos tras cerrar la empresa metalúrgica para la que habían trabajado toda su vida. Son vecinos de un inmueble espantoso de 20 plantas construido sin el más mínimo respeto por el urbanismo, en el que el ascensor está estropeado cada dos por tres para gran enfado del paralítico. Relación entre los personajes: un café de mala muerte al que acuden por las mañanas a pasar el rato, tomarse una cerveza y jugar a las cartas. Un día, los más viejos deciden dar un golpe, robar un millón de euros. Convencen al ex presidiario que accede sólo si el joven padre de la familia queda al margen del atraco. Concluyo: las cosas se tuercen, el padre de familia se entera y decide participar por lo que el expresidiario abandona al grupo. Y no sigo por si alguno la quiere ver. No hay final feliz.
Y a esto quería yo llegar. Me cuenta un profesor que tengo a través de un curso de cuentos en internet (www.fuentetajaliteraria.net) que los cuentos y las historias deberían ser edificantes y ya veo yo que no. Basta ver esta peli o leer "Cómo me hice monja" de César Aira. Y aún así, son historias tan bien contadas y con tanta carga moral que si no te hacen ser mejor persona, sí al menos te emocionan. Y yo creo que eso también vale.

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