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martes, 24 de octubre de 2006

César Aira, un descubrimiento

Llegando a la estación de Montgomery he terminado de leer "Cumpleaños" de César Aira, un escritor argentino (1949), con más de treinta obras en su haber. Un descubrimiento al que llego tarde, como casi siempre. Pero qué gozada poder leer ahora sus breves novelas. Tengo a mi lado el que voy a comenzar de inmediato, "Cómo me hice monja". Anda que como me dé ahora por él... Me resulta divertido, culto, extraño, en fin, un tipo que le da la vuelta a las cosas y te alcanza el corazón. Es más, uno de los mejores críticos y más honestos, creo, Ignacio Echevarría, ha dicho de Aira: "el escritor, hoy por hoy, quizá más original y chocante, más excitante y subversivo de la narrativa hispánica". Pues eso.
En "Cumpleaños" cuenta, entre muchas historias, la de un matemático que fue retado en duelo y se pasó toda la noche escribiendo todas sus teorías matemáticas, consciente de que moriría al día siguiente como así fue. Y de ahí, a la novela o a como escribir todo en una sola noche, siempre y cuando te mueras, claro, al día siguiente. Pero muchísimo mejor contado.

lunes, 23 de octubre de 2006

La invitación a café

Hace unos días, al llegar pronto a clase y encontrarme con una compañera, la invité a un café de máquina. Amablemente, declinó la invitación. Dos días después, volví a llegar pronto y me volví a encontrar a la misma compañera. De nuevo la invité a un café de máquina (malísimo por cierto) y de nuevo declinó la invitación. Me contó entonces que estaba en Ramadán. Yo ya sabía que estas fechas son de Ramadán. En la tienda de la esquina de casa, la épicerie, regentada por una encantadora familia marroquí, abundan en estos días los riquísimos dulces a base de almendras, pistacho y otras delicias. Y, cuando le pregunto, su dueño me cuenta los días que faltan para que concluya el ayuno, o que los jóvenes ya no siguen tanto la tradición ("como les pasa a ustedes con la cuaresma", me dice este hombre que vivió varios años en Barcelona). Y a medida que pasan los días, comprueblo a simple vista como adelgaza la mujer del dueño ("pero debería luego mantenerme", me comenta riéndose cuando se lo hago notar).
Mi compañera de clase se llama Zineb y es una algeriana de mediana edad, culta y que habla muy bien francés. Me cuenta que al ayuno se acostumbra uno desde pequeño y que no cuesta tanto como nos pensamos los que jamás hemos probado tal sacrificio. A lo mejor un día lo intento, pero treinta.... Puf.

sábado, 21 de octubre de 2006

Helsinki, qué lejos

De repente, Finlandia me pareció que estaba más allá de la Luna. La causa, la huelga de fin de semana de la compañía Finnair. Alfonso allí. Vuelos cancelados. ¿Cómo llegar a casa desde esa capital de nombre tan atractivo? Tras interminables minutos escuchando que "todas nuestras líneas están ocupadas, le atenderemos a la mayor brevedad" en francés, inglés, incluso a la desesperada, en finlandés, encontramos por fin un vuelo para el domingo, o sea, un día después del previsto, con el que conseguiría llegar a Bruselas. Eso sí, con un recorrido por toda Europa, a saber: Helsinki-Estocolmo (Suecia), Estocolmo-Edimburgo (Inglaterra) y Edimburgo-Bruselas por fin. Salida a las 16 horas de la tarde, creo, y llegada a las 22,30. No me pareció mucho para el recorrido. Menos mal que terminó la huelga y recompusimos el billete. Voló hoy sábado directo Helsinki-Bruselas en el vuelo previsto en un principio. Gracias a este invento de internet sabemos que ya ha aterrizado. Le estamos esperando de un momento a otro.

viernes, 20 de octubre de 2006

Me acuerdo

Me acuerdo del coche deportivo de juguete blanco que siempre guardaba como si fuera un tesoro en la casa de doctor Esquerdo. También me acuerdo de una cámara de fotos diminuta medio estropeada, supongo que sería de mi padre, que tenía escondida junto con el descapotable y con la que jugaba a hacer fotos absurdas. Me acuerdo de la moqueta verde de la habitación y de la ventana, aunque no recuerdo si ésta daba a una pequeña terraza que había en la parte trasera de la casa. Recuerdo la litera que se plegaba contra la pared. Recuerdo que en la habitación no había ninguna mesa de estudio como ahora tienen los niños, creo que tampoco había ninguna silla. Recuerdo que había un salón a la entrada que había sido reconvertido en habitación para mi hermano. Seguía luego un pasillo, con dos habitaciones a la derecha, la de Tere y mi abuela, y la de mis padres. Más allá el comedor. A la izquierda la habitación de mis hermanas mayores y la nuestra, la de mi gemela y mía; el cuarto de baño, otro aseo minúsculo y la cocina, con una estufa de carbón, que daba a una terracita pequeña. Al final del pasillo había un armario, estrecho y profundo, objeto de juegos como el escondite.
Recuerdo ir al colegio en el autobús número 10 y cómo el revisor daba vueltas a una manivela en un aparato por el que aparecían los billetes en un papel muy suave. A veces nos llevaba mi padre en coche, un escarabajo primero, un 1.500 después, y me acuerdo el día en que vimos el coche, lo aparcaba en una calle lateral, con cuatro piedras en lugar de cuatro ruedas. Recuerdo que mi padre exigía que lleváramos las uñas limpias al colegio. Recuerdo a mi madre llegar cargada de la compra. No sé a qué mercado acudía a comprar, pero sí que volvía en metro. La recuerdo también quedándose medio dormida sentada sobre el radiador del comedor y con los brazos apoyados sobre la tele en blanco y negro. Y me acuerdo también de los piropos que le lanzaban los soldados de un cuartel cercano. Me acuerdo de salir al campo los domingos. Ha llovido desde entonces.

miércoles, 18 de octubre de 2006

Tirando, tirando

Acude a mi clase de francés una chica colombiana. Es alta, vital, simpática, divertida. Hoy, mientras bajábamos a tomar un café en el descanso, me ha anunciado que está embarazada. Primera en saberlo. Parecía muy contenta. Lo mejor es que su chico todavía no lo sabe, no por nada especial sino porque quiere darle una sopresa y, claro, ayer por la noche se hizo la prueba y no quiso decírselo entonces. Así que me la imagino preparando una cenita especial esta noche. En realidad ella quería haberle dado la sorpresa el día de su cumpleaños, el pasado 6 de octubre, pero los embarazos es lo que tienen, llegan cuando llegan.
Mientras tomábamos el café hemos hablado un poco de su vida. Acude a la iglesia a pesar de que es una chica que parece de lo más normal (en fin, no tomarlo a mal, es sólo una broma). La anécdota es que nos contaba que en la iglesia suele encontrarse con una española de lo más simpatico y amable y, el otro día, al preguntarla qué tal estaba, nuestra española le respondió: "pues tirando tirando" y nuestra colombiana se pasó toda la misa a punto de estallar de risa porque allá, en su país, "tirando" es literalmente "jodiendo" y la equivocación en el lugar en el que se dio fue de chiste. El lenguaje, en fin, siempre tan divertido. Y tan rico.

martes, 17 de octubre de 2006

Examinando a la profesora

Hoy en la clase hemos tenido una visita muy especial. Ha llegado la directora del centro y se ha sentado en la última fila, lápiz en mano, foleos blancos sobre la mesa. "Una nueva estudiante", he exclamado yo en voz alta para romper el silencio de la clase. Me ha seguido la broma, pero ha permanecido las tres horas atenta a su cometido, que no era otro que el de examinar a nuestra aún inexperta profesora. Pobrecilla. A medida que avanzaba la clase, la veía sufrir, ponerse nerviosa, no dar bien con las respuestas a las preguntas gramaticales que le hacíamos. Miraba a veces de soslayo a su examinadora, rebuscaba en su cuaderno, nos movía de sitio para practicar la conversación y aparentar tener una clase ágil, en movimiento. Un trago.
Y otra cosa: me encanta saber que de vez en cuando alguien sigue este blog y le sirve aunque sea para esbozar una sonrisa. Por tanto, me comprometo a no dejar pasar ni dos días sin escribir.

Sobre César Aira

Terminé de leer los cuentos de Monterroso, qué placer, qué bien escribe, de qué forma tan sencilla muestra los sentimientos. Ahora he cogido uno, "Cumpleaños", de César Aira, recomendación de una buena librera de Cádiz. Acabo de empezar, pero ya en el primer capítulo dice una cosa que me ha llegado al alma. Habla del día de su cumpleaños. Cumple 50. Y de sopetón, dice: " A mi edad no puedo ver sino con espanto las eternidades de tiempo perdido en mi juventud. La falta de método, los desvíos caprichosos, las esperas de nada. Las horas desperdiciadas, los días, los años, las décadas."
Puf, leo esto y me acuerdo de los ratos que pierdo haciendo crucigramas, viendo cualquier tontería en la tele -aunque aquí, la verdad, prácticamente sólo vemos los informativos- en fin, perdiendo el tiempo. Si lo contabilizara como este autor argentino, me saldrían días, quizás años perdidos a lo tonto. Me agobia un poco vivir sin ton ni son.

martes, 10 de octubre de 2006

El vagón del metro

En un vagón de metro belga de cuatro puertas cabemos unas 120 personas como sardinas en lata, entre las sentadas y las que van de pie. Está así indicado en cada cabecera de vagón. Cuando viajo en metro, a primera hora de la mañana, es fácil que convivamos durante unos minutos cerca de cien personas pegadas unas a otras, hombro con hombro, cabeza con cabeza, en ocasiones más cerca de lo que nunca estaremos ni con nuestros mejores amigos.
Somos corteses, nos sonreímos, dejamos pasar a los que van a salir, hacemos un hueco a los que entran, leemos el periódico del que está a nuestro lado, echamos un vistazo al libro que lee el de más allá. Observamos los pendientes de la de enfrente, la corbata del otro, el pañuelo, la bufanda el gorro que no se quita el que va pegado a la puerta; vemos las uñas sucias del vecino, las impecablemente limpias y pintadas de la joven estudiante; escuchamos la música que a todo volumen suena a través de los auriculares del que está a un metro de distancia, participamos en el sudoku que hace el que está sentado; reímos las gracias al bebé que va en la sillita, observamos el peinado afro de la de más allá; atendemos a las canciones de los que se buscan así la vida o las peticiones de ayuda de los que ya no buscan nada; de vez en cuando olemos alguna agradable fragancia, escuchamos las risas de los adolescentes; participamos de la conversación telefónica del funcionario de turno, nos sentimos condescendientes con el bostezo infinito de la trabajadora que vuelve a casa y cómplices con el beso furtivo ante la parada que separa a una pareja; nos estudiamos, nos miramos y si en un momento dado se cruzan las miradas, sonreímos
y cambiamos de posición. Todo ello enriquecido aquí en Bruselas con gente de distintas nacionalidades, etnias y condición. Y llegados a este punto, yo me pregunto: si en una lata de sardinas como queda dicho que es el vagón del metro a las 8 de la mañana, sobrevivimos con tantísima educación y respeto, ¿no podríamos hacer lo mismo en el pueblo, la ciudad, el país, el mundo que, al fin y al cabo, tampoco es tan grande?

lunes, 9 de octubre de 2006

El gato es una gata y se llama Valentine

El gato blanco que veo pasear desde mi ventana por lo alto del muro no es un gato sino una gata y se llama Valentine. Hoy nos han llamado los trabajadores de la oficina de al lado, que tienen a la gatita en regimen de acogida, para pedirnos pasar a nuestro jardín porque la tal Valentine no era capaz de cruzar la tapia que separa una casa de la otra. Y entonces una mujer de mediana edad, alta y guapa, con su traje de chaqueta gris y sus zapatos de tacón, se ha subido por la escalera al muro de tres metros. Y mientras sus compañeros la jaleaban y le hacían fotos para la posteridad, ha recorrido unos metros a gatas, ha conseguido coger a la gatita y se la ha llevado a su jardín, bajo los aplausos del respetable y la divertida expresión, me imagino, de Alfonso.

miércoles, 4 de octubre de 2006

Kurda de Siria

Tengo una compañera en clase que se llama Manal. Es siria. Y también kurda. Miro el diccionario que lleva y es un francés-árabe. No aprendió kurdo en el colegio. En su país como en Irak, Turquía o Irán está prohibido ese idioma. Se habla en casa, en la familia, así que ella no conoce bien el kurdo escrito, sólo el oral, el que pasa de padres a hijos y se sigue manteniendo desde hace tantísimos años, a pesar de las prohibiciones.

lunes, 2 de octubre de 2006

Qué genio Monterroso

Ojo! No he abandonado a Vila-Matas, sólo que a él lo dejo para la noche. En el metro intento leer cosas más breves, así que suelo escoger cuentos o relatos. Otra vez estoy con Monterroso. Me parece genial.
A algunos les parece que leo bastante, pero no es verdad. Minutos de transporte público, minutos de espera en la Academia de Música y minutos por la noche antes de dormir. A lo sumo, una hora diaria. A mí me parece poco porque, además, sí que solemos ir a las librerías y... Hay tanto que nos gustaría leer que acabamos comprando más de lo que somos capaces de digerir. Así que por ahí tengo alguna cosilla más de Zweig, los relatos de Tolstói; La marcha Radetzky, de Joseph Roth (la estupenda librera de Cádiz me dijo que se alegraba mucho de conocer a alguien que no lo hubiera leído y poderlo recomendar, además de que le daba envidia de lo bien que me lo iba a pasar con su lectura); algo más de Coetzee; las biografía de Gil de Biedma, de Cernuda, de Camus, de Ortega y Gasset (la de Gregorio Morán) ; Verdes valles, colinas rojas, de Pinilla o las crónicas de guerra de Grossman. En fin y más y más. Además de alguno de Almudena Grandes, de Joaquín Leguina el último (que utiliza a un amigo nuestro para uno de sus personajes) y de Rosa Regás.
Total, todo esto a cuento de que he tomado la decisión de dejar de leer los periódicos o, al menos, no leerlos en la misma forma que hasta ahora. Seguiremos.