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lunes, 23 de octubre de 2006

La invitación a café

Hace unos días, al llegar pronto a clase y encontrarme con una compañera, la invité a un café de máquina. Amablemente, declinó la invitación. Dos días después, volví a llegar pronto y me volví a encontrar a la misma compañera. De nuevo la invité a un café de máquina (malísimo por cierto) y de nuevo declinó la invitación. Me contó entonces que estaba en Ramadán. Yo ya sabía que estas fechas son de Ramadán. En la tienda de la esquina de casa, la épicerie, regentada por una encantadora familia marroquí, abundan en estos días los riquísimos dulces a base de almendras, pistacho y otras delicias. Y, cuando le pregunto, su dueño me cuenta los días que faltan para que concluya el ayuno, o que los jóvenes ya no siguen tanto la tradición ("como les pasa a ustedes con la cuaresma", me dice este hombre que vivió varios años en Barcelona). Y a medida que pasan los días, comprueblo a simple vista como adelgaza la mujer del dueño ("pero debería luego mantenerme", me comenta riéndose cuando se lo hago notar).
Mi compañera de clase se llama Zineb y es una algeriana de mediana edad, culta y que habla muy bien francés. Me cuenta que al ayuno se acostumbra uno desde pequeño y que no cuesta tanto como nos pensamos los que jamás hemos probado tal sacrificio. A lo mejor un día lo intento, pero treinta.... Puf.

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