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miércoles, 20 de septiembre de 2006

Nuevos compañeros de clase

Como los niños, ya he comenzado de nuevo las clases de francés. Muchos nos conocemos de otros años, como Remo, Anetta, Simona, Liette o Stephanie, pero hay otros nuevos. Una chica algeriana cuyo nombre no recuerdo ahora y más italianos, polacas y griegas. Qué rapidez tienen los jóvenes polacos para aprender el idioma. Como me he apuntado también al curso de français écrit, he descubierto que en la clase, en el nivel 2, tengo a dos compañeras que son... BELGAS. Sí, sí, belgas, y no flamencas sino francófocas, y no mayores que no pudieron ir a la escuela en su niñez. No, una de ellas tiene 23 años y la otra debe ser incluso más joven. Sorprendente, ¿verdad? Así que es verdad que el francés no es un idioma fácil. En fin, en esta clase todo el mundo habla esta bella lengua mil veces mejor que yo, vamos, que parecen belgas todos. Hay otra española que lleva 20 años viviendo aquí. Un señor marroquí muy divertido que idem de idem. También, sorprendentemente, hay un chico inglés, Derek se llama, salvo que ése anda a la par que yo.
En otras clases también veo caras conocidas. Mi amigo Pavel, de Praga, tan simpático como siempre y, cómo no, mi amiga Elisa, tan sevillana, tan buena gente, tan sensible, tan directa y tan jesperiana y astridana, que hoy me ha prestado su teléfono para poder despedirme de mi chico, que se iba a Finlandia.
Lo más divertido hasta el momento fue la experiencia que nos contó ayer el italiano Remo, hablando de los trabajos en cadena. Pues bien, siendo más joven, buscó un curro en una gran pastelería que se fabricaba sus productos en cadena. Su trabajo consistía en observar los grandes pasteles que pasaban a considerable velocidad por una cinta transportadora hacia otro departamento y retirar aquellos que viera defectuosos. La cosa parecía fácil. Yo me lo imagino, con lo responsable que es, todo atento mirando los pasteles correr por la cinta. Así una hora. Ninguno defectuoso. A la segunda hora andaba ya un poco más relajado. Ninguno defectuoso. A la tercera hora comenzó a desesperarse, a echarse hacia atrás en el asiento, a inquietarse. Todos los dulces perfectos. La cuarta hora la pasó aburrido como un mono y, supongo, elucubrando sobre "quienes somos, de donde venimos y a dónde vamos". No retiró ni un sólo pastel. Duró en el trabajo cuatro días.

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