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martes, 7 de noviembre de 2006

Hola de nuevo

Aquí estoy otra vez a pie de tecla. Siento la semana perdida, pero eran días de vacaciones escolares y a Madrid que nos fuimos para ver a la familia y a los buenos amigos, aunque no a todos los que hubiéramos querido. Dicho esto, os diré que César Aira me dejó totalmente traspuesta con su relato de "Cómo me hice monja". Vamos, que el libro consta de tres relatos y no pude seguir leyendo terminado este primero porque necesitaba "digerirlo". Lo recomiendo, pero es extraño y fuerte, así que avisados quedáis.
Y me he vuelto a reconciliar con Vila-Matas. Ahora estoy leyendo en mis viajes en metro -que a este paso se van a convertir en mis viajes por toda la larga y ancha literatura (ya quisiera yo) -, pues estoy leyendo, digo, un librito que se titula "Bartleby y compañía". Una joya. Pero, ¿de dónde ha sacado este hombre el tiempo para conocer tanto tantísimo de tantos otros autores? No es una novela ni un ensayo. En realidad no sé qué es. Pero habla de los escritores que dejaron de serlo y callaron o de los que, pudiendo haber sido, jamás lo fueron, Pepín Bello sin ir más lejos. Tiene algunos otros ejemplos geniales que contaré otro día, mejor dicho, que copiaré otro día, porque ahora no tengo la obra a mano. Me lo estoy pasando pipa leyéndolo y lo que más me gusta es que sólo voy por el principio.
Mi amiga Lavinia ha abierto, desde la fría Oslo, un blog http://lbelli.blogspot.com/index.html Así que ya podéis echarle un ojo.
Ahora me largo a ver si escribo un cuento para un taller internauta en el que me he metido de la librería Fuentetaja y con el que disfruto mucho. Saludos a todos y hoy en especial para María Jesús que está leyendo uno de Pahmuk que me va a dejar en cuanto llegue a Madrid en navidades. Je je je.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me da risa que ésto de los blogs es a veces como un diálogo. Leer tu blog me inspira a escribir el mio y cuando te vas de vacaciones, también me las cojo yo. Supongo que se cortará el cordón en algún momento, pero esa podría otra razón por la que los escritores dejan de escribir: sienten que se quedan sin ese interlocutor, en su caso imaginario, en mi caso, tú.

Saludos desde Oslo.